Durante tres días recorrimos el valle del Draa, un maravilloso lugar del sur de Marruecos que alberga el mayor palmeral del mundo y encantadores pueblos de barro que antaño ejercían como refugio de las caravanas comerciales procedentes del cercano desierto del Sahara.
Desde Ouarzazate ponemos rumbo al valle del Draa y al desierto. Nada más dejar atrás el palmeral, el paisaje se vuelve más desértico. Después de recorrer un tramo llano, en el que cruzamos un pueblo en medio de un paraje desértico de piedras, iniciamos la subida de curvas por las montañas de piedra.
Varias veces paramos para contemplar el paisaje descarnado de rocas que conforman el cañón de un río seco, en tonos rojizos, naranjas, grises.
Carretera de Ouarzazate a Agdz
Un bereber se nos unió en una de estas paradas pidiéndonos que lo llevásemos a su pueblo. Fue un trayecto corto con muchas curvas de bajada pero el hombre nos lo agradeció con ganas. No sería la única muestra de agradecimiento de estas hospitalarias gentes, sino que cada vez que llevábamos a alguien, nos hacían grandes reverencias.
Su pueblo se emplaza en un bonito lugar al pie de una montaña y al lado de un pequeño río, que, aunque casi seco, servía para aprovisionarse de agua a las mujeres que se acercaban a su cauce a acarrearla en cubos.
Valle del Draa por carretera nacional
Pasamos de largo por Agdz, población bastante grande que nos da acceso al Valle del Draa. En la ribera del río se suceden los pueblos de barro a ambas orillas, los cuales iremos conociendo en los próximos. A la vuelta nos alojaremos en Agdz, pero ahora no paramos.
Agdz está inmerso en el enorme palmeral que se extiende por el cauce del río Draa. La imagen de la montaña Jebel Kissane, de unos 1500 m de altura, hace acto de presencia. Su cresta se extiende a lo largo del oasis.
Palmeral del Valle del Draa
Tamnougalt
A 5 Km de Agdz se encuentra Tamnougalt, desviándonos de la carretera principal por pista asfaltada entre palmeras. Es un estupendo ejemplo de los pueblos de adobe que se sitúan en el valle del Draa.
Atravesar la puerta de entrada a la ciudad vieja nos traslada a otros tiempos. Parece que los grupos de turistas no vienen por aquí, al menos en esta época, y al bajar del coche atraemos las miradas. Los niños vienen a pedir caramelos. No sucumbimos a sus ruegos, es por su bien. Hemos visto a muchos adultos de 40 años que ya no tienen dientes. Les gusta mucho el dulce y eso les pasa factura.
Tamnougalt era uno de los pueblos de paso y posada de las caravanas comerciales entre el Atlas y el desierto del Sahara. Sólo algunas construcciones se conservan en buen estado, el barro se va degradando y los edificios derrumbándose.
Ksar de Tamnougalt
Aparcamos en una plaza y ahí encontramos el restaurante Chez Yacob. Es hora de comer, y aunque no tenemos hambre, entramos, pues hace demasiado calor para andar por la calle. Nos invitan a subir a la terraza, y, vaya vistas hacia el palmeral, las montañas y los muros de adobe!. La carta es escueta, con platos típicos marroquís. Pedimos ensalada marroquí y tajín de pollo, y antes nos llenaron la mesa de aperitivos (como suele ser habitual): pan, aceitunas verdes, aceitunas negras, masa picante). La comida estaba regular, pero el sitio es muy agradable.
Nos ofrecieron un guía para visitar el ksar por un buen precio convenido. El antiguo pueblo amurallado está ahora está en ruinas, ya que quedó abandonado en los años 80 cuando sus habitantes se mudaron a casas más nuevas.
El ksar de Tamnougalt fue ocupado en el siglo XVI como mercado de intercambio de productos de las caravanas procedentes del desierto. Según lo que pudimos entender al guía, que chapurreaba palabras en inglés y español mezcladas en francés, había un barrio bereber con su mezquita y un barrio judío con su sinagoga. Es un laberinto de callejones, pasadizos, muros, puertas, arcos…………
Subimos y bajamos escaleras despistando nuestra orientación, hasta que salimos al exterior, y junto a las palmeras y los tamarindos pudimos contemplar la estampa que luce la Kasbah del Caíd. Es una impresionante fortificación de grandes dimensiones que pertenecía al jefe del pueblo.. El Caíd era el representante del sultán en la región, y su palacio ha sido escenario de algunas películas.
Kasbah del Caíd en Tamnougalt
La visita estuvo muy bien, perderse por esos rincones e imaginarse la llegada de caravanas, la vida de antaño, los bulliciosos mercados de trueque de mercancías. Pero es una lástima que todo se esté derrumbando.
Después visitamos la Kasbah del Caíd. Entramos por la puerta y nos siguió un muchacho vestido de bereber que parecía dispuesto a guiarnos. Vimos que la entrada costaba 20 dinares y ya habiendo percibido la honestidad de la gente, ni le preguntamos cuánto nos iba a cobrar por la visita guiada. Nunca hay que confiarse, pues al final quiso abusar pidiendo una cantidad exagerada.
El muchacho nos mostró varias estancias, el hammam, la azotea, la exposición de objetos tradicionales. Esta era la vivienda del Caíd, un gobernador de este territorio, que dependía del sultán de Marrakech.
Timidarte
En el trayecto hacia Zagora paramos en otro pueblo, Timidarte. Apenas posee atractivos turísticos reconocidos, aparte de una pequeña kasbah que se puede visitar. Sin embargo, me apetecía dar un paseo por un pueblo menos maleado y que tiene vida propia, sobre todo niños, muchos niños y niñas. Nuestra llegada coincidió con la salida de la escuela y causó una revolución. Se acercaron y me rodearon, me miraban, se reían, algunas niñas se atrevieron a tocarme. Me preguntaban, hablaban, se miraban entre ellos como si hubieran encontrado algo inesperado, una sorpresa.
Timidarte, pueblo en el valle del Draa
Recorrimos las calles entre paredes de adobe que refrescan el ambiente en estos pueblos que alcanzan temperaturas elevadísimas en verano. Algunos afortunados tienen bici, otros van en burro. Los hombres se están preparando en el exterior de la mezquita para entrar a rezar. Las mujeres también se dirigen al edificio religioso por otra puerta.
Ha sido una experiencia estupenda parar en este pueblo, uno de tantos en los que la vida se desarrolla con normalidad.
Seguimos la ruta en coche por el valle del Draa acompañados por el inmenso palmeral y por la silueta del monte Kissane. Vamos pasando por varios pueblos y las construcciones de adobe dominan, aunque se van mezclando con otras casas más nuevas que restan tradición, pero seguramente les hacen la vida más fácil a sus habitantes. La vida bulle en los pueblos por la tarde, es cuando salen a la calle, vemos grupos de mujeres paseando por un lado, los hombres sentados a la sombra. Los niños juegan al fútbol en campos con las palmeras al fondo.
Es una delicia conducir por el Valle del Draa por la tarde, con una preciosa luz que resalta más la belleza de las construcciones de adobe y del armónico paisaje.
Jebel Kissane y el palmeral del valle del Draa
Pasamos Zagora, capital provincial, así como el siguiente pueblo, ambos muy animados. Es la hora del paseo de las mujeres, que salen juntas muy engalanadas a caminar por el borde de la carretera.
Zagora
Amezrou
Amezrou es una parada interesante. Visitamos el viejo pueblo de barro, la antigua mezquita, los estrechos callejones, los pasadizos. Una arquitectura tradicional que se repite en todos los pueblos. Una tienda de artesanía ocupa una antigua kasbah.
Al ser domingo, todos los niños estaban en la calle y rápidamente nos rodearon pidiendo dinero o bolígrafos, o intentando vendernos hojas de palma trenzadas. También varios hombres se ofrecieron para guiarnos por el pueblo, pero amablemente conseguimos deshacernos de los mayores y sólo varios niños y niñas continuaron siguiéndonos a pesar de que desde el principio advertimos que no les daríamos nada. Estaban exaltados y no paraban de gritar preguntando sin parar. Se me ocurrió enseñarles una canción para intentar tranquilizarlos y surtió efecto, ya pararon de preguntar y se dedicaron a memorizar, repetir la canción y reírse………..y cantando recorrimos el pueblo en comitiva.
Amezrou
Tamegroute
Tamegroute es un pueblo alfarero. Vemos muchas tiendas que venden grandes tinajas de barro, la mayoría de color verde. Paramos a comprar agua y fruta y de paso a dar una vuelta por el pueblo. Hay una kasbah subterránea, un museo de libros coránicos antiguos. Sin embargo, sólo teníamos intención de pasear y echar un vistazo a las cerámicas.
Nos deshicimos de varios “guías” que nos perseguían. Sin embargo, caímos en las argucias de un bereber que nos llevó a ver el horno de cerámica en el que trabajan muchas familias del pueblo asociadas en cooperativa. Allí estaban niños y mayores, modelando el barro, echando serrín de hojas de palma al horno, metiendo o sacando piezas de barro de los hornos, dejando secarlas al sol o decorándolas con colores naturales de índigo, manganeso, azafrán, rosa del desierto. El verde se obtiene de forma natural al cocerlo en los propios hornos, según nos explicaba.
Ceramistas de Tamegroute
Como intuíamos, después nos llevó a la tienda de la cooperativa, que nos pareció buen sitio para compar algunas pequeñas piezas, previo inevitable regateo. Todo el pueblo vive de la cerámica y los beneficios se reparten entre todas las familias.
Vista de Tamegroute
Regresamos al coche para seguir por carretera, recorriendo los desérticos parajes del valle del Draa, en los que se enmarcan los rocosos cerros achatados al fondo.
Pillamos la puesta de sol sobre el desierto cuando nos aproximamos a Tagounite. Hacemos noche en Casa Juan, cogiendo la desviación en penumbra por la estrecha pista que nos deja bajo los tamarindos que crecen al lado de la arena.
Al sur de Tagounite, los paisajes son impactantes. Desierto extenso y algunas colinas desoladas. Vemos alguna caravana de camellos, tan frecuentes antaño. Si antes se usaban estos animales para carga, ahora se crían principalmente para consumir su carne.
Dromedarios en el desierto del valle del Draa
Subimos un pequeño puerto denominado Tizi-n-Bensalmane, donde paramos a contemplar la extensión de desierto. Esta vista sale en la película «El cielo protector», de Bertolucci, que fue rodada en Marruecos. Sobre el puerto se alza un monte de forma piramidal, en cuya cima vislumbramos las ruinas de una antigua torre que vigilaba las caravanas al desierto.
Tizi-n-Bensalmane
Ouled Driss
Paramos en el ksar Ouled Driss, un pueblo tradicional del desierto con sus pasadizos, sus casas de adobe y madera de tamarindo. Sigue habitando gente y pronto vienen las niñas a perseguirnos. Piden bombones, pero no tienen suerte, no sucumbimos a la mala costumbre de dar dulces a los niños. Somos su atracción. Quieren que les hagamos fotos, les gusta posar y verse después. También les encanta el reloj electrónico, darle luz e ir pasando pantallas para ver cómo cambian los colores.
Ouled Driss
Las mujeres pasan totalmente tapadas con sus ropajes de tela negra bordada en colores. Pasear entres estas viejas casas de adobe que se van derrumbando, pero muchas aún están habitadas, es una experiencia flipante.
Avanzamos por la carretera asfaltada en dirección a M.Hamid, que discurre por el desierto de arena en el que se forman pequeñas dunas. Vemos campos de arena parcelados, delimitados por hojas de palma para frenar el avance de la arena.
En M.Hamid se acaba el asfalto, es el último pueblo del valle del Draa antes de adentrarse en el desierto del Sahara. Es una población nueva y muy turística, llena de agencias que ofertan excursiones en 4×4 o en dromedarios por el desierto para pasar la noche en jaimas, prometiendo una experiencia dudosamente beduina.
Valle del Draa por pista en la margen oriental
Para acceder a la margen oriental del río Draa tenemos que cruzar el cauce seco del río. Es un cauce grande, pero la sequía lo ha dejado sin agua. Hace dos años que no llueve.
En esta orilla iremos descubriendo pueblos más alejados del turismo, ya que habitualmente los itinerarios se dirigen directamente a Mhamid por la carretera nacional para después adentrarse en el desierto y regresar por el mismo sitio. A mí me ha encantado explorar estos lugares.
El primer pueblo en el que paramos es un desfile de gente ataviada con sus vestimentas tradicionales, las mujeres de negro, los hombres de blanco. Además coincidimos con la salida de la escuela y la llegada de la pescadería rodante vendiendo sardinas, lo que acrecentó la algarabía. Imposible dar una vuelta solos por el pueblo. Nos acompaña una comitiva de niños curiosos que no paran de hablar en árabe y algo en francés y nos van indicando por dónde seguir para no acabar en callejones sin salida y no perdernos en el laberinto de pasadizos. También los adultos parecen sentir curiosidad y nos siguen a mayor distancia más disimuladamente. Alguno incluso nos ofrece entrar a su casa a comer o tomar té.
Pasadizos en los pueblos del valle del Draa
Seguimos la ruta en coche por el valle del Draa, avanzando ahora por una estrecha pista asfaltada entre palmeras. Estamos a 32 ºC en noviembre. El verano debe de ser insoportable. Las palmeras crecen en el árido terreno, en la arena, e irremediablemente se van secando por la sequía que castiga la zona.
Pista del valle del Draa
Paramos en otro poblado que encontramos de camino. Presenta la configuración y arquitectura tradicional de casas de adobe, estrechos callejones y pasadizos. Está rodeado por un palmeral y una red de acequias, actualmente secas, que parece que antes regaban las parcelas de cultivo abandonadas que se han secado, y bajo la amenaza de quedar cubiertas de arena.
Caminamos por el palmeral descubriendo antiguas construcciones, un pozo, muros……..Los antiguos pozos tradicionales ya no logran capturar agua. Los burros se refugian bajo la sombra de palmeras.
Pozo en oasis del valle del Draa
Volvemos a parar en otro poblado fortificado (ksar). Recorremos el laberinto de callejuelas y pasadizos que se enmarañan dentro de la muralla y nuevamente atraemos la atención de los niños, que nos siguen, y de los mayores, que nos observan desde la distancia. Si a nosotros nos llaman la atención sus vestimentas, a ellos también las nuestras. Vestir pantalón y camiseta les debe de resultar muy extraño porque con disimulo nos analizan y nos pasan revista de arriba a abajo tras saludarnos y sonreírnos.
Muchas casas están abandonadas y se derrumban, pero otras siguen habitadas y el pueblo tiene vida, sobre todo ahora que todos desfilan hacia las mezquitas tras la llamada a la oración por los altavoces. Aquí, absolutamente todos visten al modo tradicional. Únicamente algunos niños llevan pantalones, pero ni siquiera todos.
Pillamos un pequeño mercadillo, había puestos de ropa, también un zapatero que estaba pegando suelas, y un artesano del metal que arreglaba todo tipo de cacharros metálicos. Aquí no se aplica lo de usar y tirar, todo se arregla cuando se estropea para darle una larga vida.
Tras explorar este pueblo seguimos por pista asfaltada entre el palmeral, que más adelante se vuelve de tierra y piedras. Vamos con un coche alto y circulamos bien, aunque creo que un coche bajo también podría pasar yendo despacio.
Las palmeras desaparecen y nos rodea el paisaje desolado y desértico enmarcado por colinas pedregosas que componen diversas formas. Se salpican acacias o tamarindos y notamos la soledad. Paramos repetidas veces porque estos parajes con la luz de la tarde son alucinantes. Sólo de vez en cuando se cruza alguna moto de algún lugareño.
Por otra pista de tierra y piedras nos desviamos al pueblo de Nasrate.
Pasa algún hombre montado en burro, alguna mujer con un fajo de hierba más grande que ella soportado sobre su cabeza.
En Nasrate nos hacemos conscientes del avance de las dunas de arena que van arrasando todo lo que encuentran a su paso. El desierto avanza dos kilómetros y medio al año y va enterrando pueblos, cultivos, palmeras, y las tumbas del cementerio. Los terrenos cultivados también son devorados por la arena. Ni los muros de adobe ni los tamarindos que plantan para fijar el suelo son capaces de resistir el avance incesante.
El río Draa se seca, los acuíferos se secan y de los pozos ya no sale agua. Ahora hay campos de dunas donde antes no había arena. Es casi imposible vivir aquí, la arena ya forma montañas al lado de las casas, la gente tiene que emigrar, los pueblos están desapareciendo.
El ksar de Nasrate estaba amurallado y disponía de varias torres de vigilancia. Aquí descansaban caravanas, donde se intercambiaban esclavos procedentes del sur.
Nasrate en el valle del Draa
Los pasadizos dan sombra y frescor. El aire fluye por los corredores que ejercen de aire acondicionado natural y ecológico. La vida en el desierto es muy difícil en verano, cuando se alcanzan temperaturas de más de 50 ºC. Cada detalle está pensado para facilitar la vida. Todo nos llama la atención: puertas, ventanas, pasadizos, adornos en las paredes, los bancos exteriores para sentarse a descansar y refrescarse a la sombra, y el minarete piramidal de la mezquita de Nasrate.
Se nos acercan mujeres ofreciendo telas que ellas mismas bordan artesanalmente y usan como vestidos o pañuelos. No entiendo por qué visten de negro con tanto calor; son las tradiciones del lugar.
Después de Nasrate nos dirigimos a Casa Juan. El campo de fútbol está lleno de niños, hay docenas. Las muchachas se sientan a contemplar el atardecer sobre las dunas. Nosotros nos detenemos a ver el sol esconderse detrás de las palmeras, mientras que los últimos rayos iluminan las dunas.
Atardecer en el valle del Draa
El itinerario del nuevo día nos llevará de Tagounite a Agdz por la pista que recorre la orilla oriental del río Draa, más o menos paralela a la nacional que va por la otra orilla del río, pero esta pista es mucho más solitaria y nos sumergimos en un trayecto alucinante de paisajes increíbles.
Avanzamos por zona desértica al lado de una colina rocosa. Después atravesamos un cañón entre cerros de crestas planas. A continuación, el valle se ensancha y surge el palmeral. En tan singulares parajes nos topamos con una caravana de dromedarios cruzando la pista, que nos ha hecho parar.
Caravana de dromedarios en el valle de Draa
Pasamos por solitarios pueblos de barro y palmerales que se van muriendo por la sequía. Son pueblos alejados del turismo, donde la vida se desarrolla con normalidad. Sus gentes se fijan en nosotros, aunque les resultamos bastante indiferentes. Únicamente saludan, pero no están al acecho de la llegada de visitantes para conseguir sacarnos unos dinares.
Es un trayecto para disfrutar de la belleza y de la soledad del desierto. Paramos a comer a la sombra de una acacia en medio de la inmensidad del desierto de piedras. Al fondo ha aparecido ya la alargada silueta del Jebel Kissane. Observamos los tubitos que antes regaban los huertos. Ahora está todo seco.
Algunos pueblos se emplazan al borde de la pista. Otros encaraman sus casas de adobe sobre una colina. De vez en cuanto atravesamos algún palmeral. Los burros son el animal más demandado, el medio de transporte de muchos de ellos.
Los morabitos son mausoleos de enterramientos, construcciones típicas de Marruecos. En este trayecto tenemos oportunidad de ver varios morabitos. Aparcamos junto a cuatro morabitos de un pueblo, y podemos entrar al interior de alguno de ellos. Después es turno para investigar calles, descubriendo kasbahs en ruinas, arcos, puertas, muros, casas. Me encantan estos conjuntos de adobe.
Morabitos en el valle del Draa
Aunque muchas casas están en ruinas, otras están habitadas y el pueblo lleno de vida. Las mujeres se dirigen al río con su burro cargado con garrafas para coger agua, que cada vez les queda más lejos. Otras hacen la colada en un canal más cercano y después tienden las ropas al sol. Los niños, como siempre, saludan desde todos los rincones y se avisan unos a otros. Menuda expectación. Un niño, que no tendría más de tres años, me cogió de la mano, que le entregué con agrado. Lo que no sabía era que me la cogía para besarla.
Pueblos de barro en el valle del Draa
La luz de la tarde es preciosa y nos regala unas imágenes inolvidables de pueblos, desierto, palmeras, y el monte Kissane. En todos los pueblos hay campos de fútbol con varias porterías, que se llenan de chavales al atardecer cuando se atenúa el calor.
Las montañas van ganando presencia. De camino nos encontramos una kasbah con singular torre circular.
Kasbah con torre circular en el valle del Draa
A continuación se nos abre la vista al inmenso palmeral que ocupa el valle del Draa rodeado de montañas, el palmeral más grande del mundo. Nos tropezamos con gente ataviada con sus vestimentas y niños jugando o en bici, gente en burro. Si por las mañanas los pueblos y paisajes son bonitos, es por la tarde cuando se vuelven mágicos y alucinantes. La luz más suave acrecienta sus colores y magnetismo. Como siempre, la vida se anima a estas horas y las carreteras son el espacio de paseo de grupos de mujeres.
Palmeral del valle del Draa
Pasamos el último pueblo antes de Agdz y cruzamos el río Draa para dirigirnos al alojamiento de esta noche, Hara Oasis. Juan nos recibe al llegar para acompañarnos a un paseo. Pasamos por las ruinas del antiguo poblado judío de El Hara, también construido en adobe. Era el único asentamiento judío de la zona y ahora está abandonado. Por el palmeral nos dirigimos al río. Y es que el alojamiento se emplaza en pleno palmeral al lado del río Draa con el Monte Kissane de frente.
Observamos los efectos de la sequía. El cauce del río, de considerable tamaño, está vacío, las palmeras se mueren.
El antiguo poblado judío de El Hara está completamente abandonadas. Curioseamos entre los viejos muros descubriendo arcos, fachadas decoradas, puertas, torres…. Es un viaje al pasado. Nos imaginamos estos terrenos antiguamente cultivados, llenos de huertos y ahora abandonados. Pasa un hombre con carro tirado por burro y nos ofrece montarnos. Preferimos seguir a pie caminando entre las palmeras y percibiendo la tranquilidad.
Aldea El Hara en Agdz
Alojamiento en el Valle del Draa
- Hara Oasis Lodge, en Agdz
Es propiedad del fotógrafo español Juan Antonio Muñoz. Consiste en un grupo de bungallows de adobe rodeados de jardines. Está inmerso en el palmeral del valle del Draa, donde la palabra “oasis” adquiere toda su dimensión. Existen varias zonas comunes, terrazas, salones. Todo es una maravilla. Es de inspiración puramente africana. Cuando te sientas en la terraza frente al Monte Kissane parece que vayan a aparecer elefantes, rinocerontes. La ambientación y la decoración son exquisitas. Da gusto estar aquí.
Vistas del Monte Kissane desde Hara Oasis Lodge
Cenamos de maravilla en la terraza. Aperitivo, sopa, brocheta de pavo con varias guarniciones, postre, infusión relajante. Todo riquísimo. Un auténtico festín.
El desayuno también fue una maravilla. Desde la terraza disfrutamos del espectacular paisaje del palmeral, el ksar enfrente en la ladera del Jebel Kissane y el Draa seco. Nos tomamos el desayuno con calma, degustando el paisaje y organizando la ruta del día con la ayuda de Juan, que nos ha tratado increíble, abrazos, la promesa de volver y de irle contando cómo avanza nuestro viaje.
- Casa Juan, en Tagounite
Casa Juan es una delicia de sitio, también propiedad de Juan Antonio Muñoz. Cuenta con varias habitaciones temáticas, cada una con decoración original inspirada en un lugar del mundo: India, Etiopía, Sahara……todas me encantan. La casa es encantadora, decorada con sus fotos y objetos de diseño propio. Es como un museo de fotos y de objetos del mundo, principalmente africanos. Nos quedamos dos noches.
Los alrededores son maravillosos. Subimos a la duna al amanecer y de noche, cuando todo está tranquilo y silencioso. Aprovechando la iluminación natural que nos concede la luna llena nos quedamos un rato sentados en la arena contemplando el cielo estrellado y escuchando el silencio. Me vienen a la mente experiencias pasadas en otros desiertos. Ahora estamos a las puertas del Sahara.
Sirven la cena en la terraza de la azotea y disfrutamos del momento con una temperatura estupenda mirando las estrellas. Todo está delicioso, las cremas de hortalizas, kefta…………..pero especialmente el tajín de cordero con dátiles y nueces. Riquísimo.
El desayuno lo preparan en el jardín bajo las palmeras y los tamarindos. Un delicioso festín.
Casa Juan en Tagounite
La arena llega hasta la puerta y avanza ininterrumpidamente cada año.
Por la tarde, los jóvenes salen a caminar por la arena cuando cae el sol y el calor es más soportable. Todo es armónico. Me siento bien. Me quiero quedar más tiempo.
Dunas de Tagounite
Caminamos hasta el pueblo de al lado. Los niños, siempre atentos a la presencia de extranjeros, pronto se alertan unos a otros y empiezan a saludar y acercarse. A algunos sólo les interesa que les dé algo: bolígrafos, caramelos. Otros turistas los han acostumbrado mal. Pero otros niños simplemente tienen curiosidad, y me acompañan, sobre todo dos niñas que no paran de mirarme, e incluso cuando cogen cierta confianza se atreven a tocarme.
Me han quedado los brazos blancos al ponerme protector solar, se dan cuenta y me lo extienden, “pour le soleil”, dicen. Hoy es domingo y no hay cole, por lo que están todos por las calles de arena del poblado. Incluso me piden que les haga fotos, “pero, no facebook”, advierten. De nuevo, les llama la atención el reloj, sus luces y colores, pulsan el botón para que se ilumine y pasan pantallas.
Nos despedimos de Casa Juan, donde nos han cuidado, nos han mimado y convertido nuestra estancia en un recuerdo imborrable, deseando volver.
Me ha encantado. En dos meses iremos hacía allí aunque con la idea de hacer también varios trekking. En esta etapa, en su última parte, no indicas los nombres de los pueblos y no soy capaz de situarlos en un mapa y de encontrar la pista por la que regresasteis a Agdz desde Tagounite, y no se si sería apta para turismo. Es que a veces no indicas si las pistas están o no asfaltadas. Si me resuelves estas dudas te lo agradecería. Gracias
Hola Santiago,
Las pistas están asfaltadas en su mayor parte, únicamente algún tramo corto no lo está, pero no hay problema. Se puede hacer con un turismo, es decir, no hace falta un 4×4 en absoluto, pero mejor si es un coche alto. Siempre me refiero a época seca, ya que en caso de lluvias desconozco cómo puede estar la situación.
Son lugares muy poco transitados por turistas, y por eso preferí no poner los nombres de los pueblos, para preservar su intimidad. Aquello es una maravilla.
Una vez allí verás que todo es más fácil. Íbamos montando la ruta cada día. No hay que fiarse de los mapas, pues no representan exactamente la realidad. Es mejor preguntar allí.
Me hubiese encantado hacer trekking, pero en esta ocasión no pudo ser.
Que tengas buen viaje, y cualquier duda vuelve a contactar.
Gracias y saludos
Saliendo desde Marrakech queremos hacer valle del Draa en octubre que compañia nos recomiendas para alquilar coche e ir por nuestra cuenta con las mayores garantías??
mil gracias
Gema
Hola Gema,
Nosotros alquilamos con Trocadero, es una compañía local de la que habíamos leído muy buenas referencias y a nosotros también nos funcionó muy bien. Tiene varios precios en función de la categoría del coche, no es barato, pero incluye todo y te despreocupas. ¡Qué maravilla del valle del Draa!, a ver si este año tiene más agua.
Un saludo.