Sin conocer apenas referencias sobre el lugar, me había decidido a contactar con la comunidad de Tingana para organizar una visita a su reserva. En la selva de Perú, cerca de Moyobamba, Tingana es un lugar muy especial. Nunca olvidaré aquella navegación en canoa en plena oscuridad de la noche, escuchando los sonidos del bosque inundado.
¿Cómo acceder a Tingana?
Comenzaba a amanecer a las 5:30 am cuando nos recogía un coche en el hotel de Moyobamba para trasladarnos durante 45 minutos hasta Puerto Boca de Huascayacu, embarcadero en el río Mayo, donde tomábamos un peque-peque para llegar a la reserva Tingana en 50 minutos de navegación, inmersos en la niebla.
Catorce éramos las personas que coincidíamos en el embarcadero para visitar Tingana, aunque sólo otra pareja se quedaría también a pasar la noche, al igual que nosotros. Los demás, jóvenes y alborotadores estudiantes de turismo peruanos, regresarían a Moyobamba por la tarde.
Navegando por el río Mayo en dirección a Tingana
Era al dejar el río Mayo y entrar en el estrecho río Avisado, cuando la vegetación del bosque inundado nos arropaba. Esto sí que es un lugar alejado del mundanal ruido, porque ruido en Tingana, sólo el de los animales del bosque.
Navegando por el río Avisado en dirección a Tingana
Nuestra estancia en Tingana: en canoa por río Avisado y el bosque inundado
El desayuno sabía diferente en un lugar así, sobre todo después de un rato de balanceo en las hamacas.
Un paseo en canoa de tres horas y media era la primera actividad para la mañana. ¡Alucinante!!
El bosque anfibio de renacales (un tipo de ficus) y aguajales (un tipo de palmera) emerge del agua. Nos envolvía por completo. Árboles con enormes y ramificadas raíces aéreas de varios metros de longitud, como los huasca renacos y los chullachaqui renacos, se reflejaban sobre la superficie acuática. Plantas que flotan sobre el río, flores, frutos, de los cuales empezábamos a conocer sus utilidades y propiedades. Un mundo de sensaciones, de aromas, de sonidos. Una maravilla sensorial.
En mi vida había visto mariposas tan grandes. Como puños.
En canoa por el río Avisado. Reserva Tingana
En tres canoas nos distribuimos, con 2 remeros en cada una. Como nos tocó montar solos, pronto nos alejamos de los estudiantes alborotadores para sumergirnos en el silencio. Nuestra pequeña canoa nos permitía penetrar en lugares menos accesibles, encogiéndonos por debajo de los troncos que crecían en cualquier dirección, verticales, horizontales, u oblicuos con todas las inclinaciones posibles.
Uno de nuestros canoístas no podía imitar mejor el sonido de los animales del bosque, y entre todos componían un concierto sinfónico. Aparte de aves, teníamos la ocasión de ver osos perezosos, monos colorados, pichicos, mono fraile, erizos…….Una preciosidad de paseo, y una temperatura ideal, alejados del calor de Moyobamba.
Otro descanso en el balanceo de las hamacas, antes del turno de la comida. La carne de las gallinas criadas libres en estas tierras era un placer para el paladar.
Los escandalosos estudiantes se marchaban después de comer y nos dejaban tranquilidad. En realidad, la mayoría de visitantes de Tingana se quedan sólo por el día. Pero, en ese caso, ………..nos habríamos perdido unas cuantas cosas, ……..y muchas sensaciones.
El poblado de Tingana y sus cultivos
Mientras nos sumíamos en una semi-siesta en las hamacas, comenzábamos a conocer algunos secretos de Tingana, sus leyendas de sirenas y de hombres-monstruos de la noche. Entre risas e historias misteriosas, el relax era absoluto. Simplemente, degustando momentos con sabor a paz.
Durante el paseo vespertino por las chacras, Juan seguía descalzo. “Los sssssapatos me hacen perder el equilibrio. No van conmigo”. Juan podría pertenecer a un club de antiguos poetas, porque desprende un aire de romántico bohemio. Fue el primero en creer en el proyecto turístico, el primero que aceptó escuchar al ingeniero gubernamental para convertir su entorno en un bosque de conservación. Ocurrió 10 años atrás. 10 años de duro esfuerzo, de capacitación ecológica y turística, de construcción de infraestructuras, de compatibilizar el trabajo turístico con el agrícola, de confiar en lo nuevo, de “aprender a mirar el bosque de otra forma”.
Hasta entonces, eran campesinos, eran cazadores de todo lo que se movía, de los animales que ahora adoran. Eran taladores de los árboles nativos que ahora protegen. Eran destructores de un hábitat que ahora se esmeran en cuidar para generaciones futuras.
El paseo por sus chacras me parecía lo más cercano al Edén de Adán y Eva que pueda imaginar. En mi vida había visto tanta variedad de plantas comestibles, frutas que ni siquiera sabía que existían, y que íbamos recogiendo de los árboles y saboreando. Menudo atracón de fruta ecológica.
Distintas variedades de naranjas o plátanos, pomarrosas, camu-camu, carambola, cacao, cafetales,………Todo crecía exuberante. Árboles altísimos que no tenían más de 5 años. Cacahuetes, tomates, ajís, guisantes, ……
Cada familia no tiene un pequeño huerto, sino hectáreas cultivadas en medio de la selva, que podrían alimentar a un pueblo entero. Producen más que lo que pueden consumir y les sobra de todo.
Cacaos
Una tranquilota habitante de Tingana
Las heliconias están por todas partes
Las libélulas también habitan en Tingana
Más habitantes de Tingana
Los astilleros de la comunidad
Nuestra chocita
Otro rato de descanso en las hamacas, esperando la cena. También era turno de avituallamiento para los batallones de mosquitos, deseosos de catar sangre nueva.
La cena, por supuesto, elaborada íntegramente con productos de sus huertos: verduras, plátano frito, arroz, gallina deliciosa, jugos riquísimos.
De no habernos quedado a dormir, nos habríamos perdido también el espectáculo nocturno de las luciérnagas. Mirases a donde mirases aparecían montones de puntos de luz en la oscuridad, que se encendían, se movían, se apagaban.
No nos costó mucho convencer a Juan para sacar la canoa de paseo nocturno por el río Avisado. ¡Nos apetecía tanto!…..Y vaya si valió la pena!!
Las sensaciones se acentuaban en la susurrante oscuridad. Percibíamos tantísimos sonidos. Un paseo por la musicalidad de la naturaleza, a la acompasada cadencia del remo. No podía imaginarme descubrir tanta vida nocturna en el bosque. Las aves cantaban, volaban, o reposaban sobre las ramas. Los aromas llegaban con mayor intensidad. Navegábamos tan ensimismados que no pronunciábamos palabra. Los árboles parecían adquirir movimiento. Las sombras no dejaban de resultar inquietantes y excitantes a la vez.
Navegar por un estrecho río selvático en medio de la oscuridad era una experiencia que sentíamos que nos trasladaba a un mundo de magia, misterioso. Son sensaciones difíciles de describir.
Cuando no hay luz artificial ves que la noche no es tan oscura, que tu vista se adapta a las tinieblas y que incluso consigues distinguir las siluetas en la oscuridad.
Las estrellas adornaban el cielo mientras Juan nos seguía descubriendo misteriosas historias de Tingana. En Tingana no hay electricidad, ni agua corriente, y la única carretera que llega es el río. Por un día sin ducharse no pasa nada, a cambio de las historias que estábamos conociendo, entre la leyenda y la creencia.
Cómo visitar Tingana: página web