La visita a este recinto religioso de Kathmandu quedó pendiente en mi anterior viaje a Nepal. Ahora sí, pensaba que era el momento. Situado al borde del río Bagmati, río sagrado para los nepalís, donde practican cremaciones humanas, el templo de Pashupatinath es Patrimonio de la Humanidad.
Hasta Pashupatinath llegamos en taxi, y tras pagar el coste de admisión para extranjeros (1000 rupias), nos decidimos a contratar a un joven guía para visitar el lugar, que se mereció totalmente los 2 $ por persona. Un muchacho muy ameno y eficaz que nos guió por las distintas áreas accesibles a turistas.
Sólo se permite a los hinduistas entrar al templo principal, cuya parte superior del techo dorado nos aseguraron que está construida en oro macizo. Los turistas podemos vagar por el resto del recinto, compuesto por todo un despliegue de lugares ceremoniales o de meditación, como pequeños templos, pagodas, etc.
Resultaba interesante escuchar las explicaciones del guía y conocer un poco de los distintos estilos arquitectónicos del lugar, de las tradiciones del hinduismo. Aunque hay que decir que algunas de esas tradiciones son bastante cruentas, como las referentes a sacrificios humanos que se practicaban en el pasado y que ahora han pasado a hacerse sólo con animales, o la antigua costumbre de quemar vivas a las mujeres cuando morían sus maridos.
Según él, este templo es para los hinduistas como la Meca para los musulmanes. Ubicado al lado del río sagrado, también los budistas lo consideran lugar de culto y peregrinación.
El fervor religioso, que en Nepal es especialmente intenso, se palpa en cualquier rincón. Los ritos con fuego, las ofrendas con flores, los rituales con diversos objetos, tiene lugar entre monos que saltan por todas partes. La gente adquiere una concentración tal que parecen entrar en trance. Aunque lo más llamativo para los visitantes son las cremaciones humanas. Y es que éste es el lugar en el que incineran a sus muertos, después de purificarse en las aguas del río sagrado Bagmati, al cual también van a parar después las cenizas. A pesar de que el humo penetra profundamente por la nariz, ni el olor ni las imágenes me resultaron tan desagradables como esperaba. Será que me estoy nepalizando.
Los shadus, esos extravagantes sacerdotes hinduistas, de piel pintada en múltiples colores y vestimenta más que estrafalaria, creen haber pasado ya por varias reencarnaciones. Más que meditar, esperan las visitas de turistas para recibir dinero a cambio de fotos.
A Thamel regresamos en el mismo taxi, que se había quedado esperando. El Road House Café es nuestro lugar para comer una vez más, al cual ya estamos abonados. Tremendo calorazo.