Al coincidir nuestra estancia en Chiclayo en un lunes, día de cierre de los museos principales, nos veíamos obligados a adaptar planes y prescindir de algunas visitas arqueológicas interesantes. Como nunca hay mal que por bien no venga, aprovecharemos la oportunidad para hacer un “safari peruano”, por la Reserva Chaparrí. En tan emotiva visita saludaremos a los osos de anteojos, endémicos de regiones andinas.
De Chiclayo a Chaparrí
A nivel del mar, el apetito es mayor, y nos hemos puesto las botas con el desayuno del hotel.
8:30 de la mañana, nos recogía Martín para trasladarnos a Chaparrí en vehículo privado. Anteriormente, yo había coordinado la visita con Juan Carrasco, guía del parque, intercambiando emails desde España, y confirmando la fecha por teléfono desde Perú un par de días antes. Su página web: Como visitar la Reserva Chaparrí
Saliendo de Chiclayo, podíamos entender la causa de tanto movimiento en la ciudad. La agricultura es su motor económico. Inmensas plantaciones de caña de azúcar y de arroz se extienden por hectáreas y más hectáreas de terreno. Ése era el paisaje que nos íbamos encontrando en nuestro camino a Chaparrí. Antiguas haciendas en torno a las cuales se han desarrollado poblados de campesinos. Propiedades que en el pasado pertenecieron a ricos terratenientes, hasta que, en la segunda mitad del siglo XX, un gobierno militar repartió las tierras entre los campesinos en régimen de cooperativa. La reforma agraria acabó con el régimen latifundista que permanecía desde la época de las colonias. Claro que cada uno cuenta la historia según cómo le ha ido. Poco se parecen las versiones de la hija de un rico hacendado a la versión de los campesinos. Ambas han llegado a mis oídos de primera mano.
Entre tanto verdor de la caña de azúcar se infiltraban otros cultivos para consumo local. Aguacates, mangos, plátanos, frijoles, áreas de viñedos perfectamente alineados que se perdían a la vista, manzanos, o frutas que no conocíamos, como los pepinos redondos y dulces.
Percibíamos un Perú genuino de ambiente tranquilo, de puestos de frutas al borde de la carretera, de niños esperando la combi para ir a la escuela, de ancianos sentados al fresco, sorbiendo raspadilla de hielo, o de campesinos recogiendo cebollas.
Puesto de frutas en la carretera de Chiclayo a Chongoyape
Recogiendo cebollas en los campos agrícolas del norte de Perú
Juan Carrasco nos aguardaba en Chogoyape. Él es el guía principal de la reserva e impulsor de la misma. Su acompañamiento resultaba un privilegio para nosotros. Una hora se tarda en cubrir la distancia entre Chiclayo y Congoyape y otra hora los 15 Km restantes hasta Chaparrí por una trocha en mal estado. Chongoyape queda aislado en época de lluvias, cuando zonas bajas de la carretera permanecen anegadas.
Visita a la Reserva Chaparrí
Chaparrí es una reserva privada de flora y fauna que pertenece a la comunidad vecinal de Chongoyape. En su corta vida sobrevive gracias a la ayuda de alguna ONG y a los ingresos de los pocos turistas que venimos por aquí.
El Cerro Chaparrí da nombre a la reserva. La montaña, que ya era sagrada para los mochicas, no ha dejado de ser respetada por las comunidades locales.
Juan es un mago, que convierte nuestra visita a Chaparrí en una experiencia sentimental, repleta de reflexiones. “La naturaleza es una biblioteca infinita. Cada día nos enseña algo nuevo” eran algunas de sus palabras.
Juan Carrasco en Chaparrí
Durante 3 horas nos guiaba en un paseo de 3 kilómetros con múltiples puntos de detenimiento para observar, para escuchar, para oler, para contactar con la naturaleza, incluso para abrazar a los árboles con los ojos cerrados y sentir sus palpitaciones. Es increíble cómo se pueden percibir los latidos de su corazón, la circulación de su savia.
Bosque seco de Chaparrí
El bosque seco costero es el hábitat que tratan de conservar. Mirándolo a simple vista, parece una naturaleza pobre, pero……….¡cuánto engañan las apariencias! Juan nos iba desvelando sus secretos, porque el entorno está muy vivo, un lugar de convivencia de montones de especies vegetales y animales, donde cada una cumple su función. Las ramas, las flores, las semillas, todo vale para algo. Desde plantas con propiedades curativas hasta frutos que sirven como jabón, como esponjas, o como pegamento.
Varias especies de árboles quedan desnudos, a veces durante años, para no consumir energía en hojas o flores. Así logran sobrevivir, esperando las próximas lluvias, que a veces tardan años en llegar. Cada vez que las lluvias de El Niño caen sobre Chaparrí, lo reconvierten en un lugar frondoso, millones de plantas explosionan.
Y en este ecosistema tan peculiar habita una gran diversidad de animales, algunos de ellos endémicos. Variedad de aves, insectos como tarántulas, serpientes, pumas, gatos de monte, cerdos salvajes, y los simpáticos osos de anteojos, en peligro de extinción.
Osos andinos de anteojos en Chaparrí
Tarántula en Chaparrí
Éramos testigos de la gran labor de rehabilitación de fauna salvaje que realizan en Chaparrí. En esos momentos estaban pacientemente “enseñando a volverse salvajes” a un par de osos recuperados de circos, para que aprendan a buscarse la vida en su medio natural. De ese modo consiguen reintroducirlos en su hábitat, y próximamente podrán convivir con otros osos libres que divisábamos a mayor distancia.
Osos de anteojos en Chaparrí
Y todo ello no lo han logrado científicos, ni veterinarios, ni biólogos. Han sido, simplemente, unos cuantos campesinos, como Juan, quienes han aprendido la importancia de preservar la naturaleza que los rodea, en vez de destruirla. Porque Juan también era cazador, como cualquier otro poblador local. Cazar venados u osos era una práctica habitual no hace tantos años.
La decisión de mirar la naturaleza de otra forma ha transformado su vida. La capacitación recibida ha cambiado su mentalidad. Tío sagaz y sensible, que tiene mucho que transmitir a quién quiera conocer este bosque seco. “Yo antes ignoraba todo esto, hasta que el conocimiento me hizo ver las cosas de otra manera”.
Disponen de habitaciones por si te quieres quedar a pasar la noche.
Chaparrí
Paseando por Chiclayo
A las 4 de la tarde estábamos de regreso en Chiclayo, previa incorporación de una señora de uniforme en nuestro coche, a petición de la policía…..…¡Cualquiera le decía que no!
De las posibles opciones para pasar el resto de la tarde, optamos por la más cómoda, tras descartar una visita al puerto de Pimentel en el Pacífico, o a algún recinto arqueológico.
Preferíamos sumergirnos en el mercado de Chiclayo. Deambulamos entre pasadizos abarrotados de frutas tropicales, verduras desconocidas, artículos escolares, trozos de carne merodeada por moscas, ropa de dudoso gusto…….. Tal vez lo más llamativo era la sección de los hechiceros, al estilo del mercado de los Brujos de La Paz, aunque apenas una muestra reducida de aquél. Unos puestos con todo lo necesario para que uno mismo pueda transformarse en chamán. Desde hierbas que prometían curar cualquier dolencia, amuletos sanadores, pócimas, ungüentos, o cachivaches para la práctica de la brujería.
Por la Avenida Balta se expanden tiendas de toda clase…., tipos que preparan brebajes en la calle, barullo sin fin, hasta desembocar en el Parque Principal, una plaza que ampara algunos edificios elegantes, como la Catedral o el Palacio Municipal.
Parque Principal de Chiclayo
Aunque lo más divertido era quedarse mirando la circulación caótica de vehículos y personas. Cada uno buscaba su hueco para avanzar. No se me ocurría mejor sitio para dicha observación que los ventanales del restaurante de nuestro hotel. Era como quedarse mirando una ronda de coches de choque.
La cena, exquisita, en el restaurante Papikra. Me ha encantado este restaurante.
Bus nocturno con movilbus a la tierra de los Chachapoyas, donde los Andes se vuelven selváticos.