La carretera R307 comunica Skoura con Demnat atravesando el Alto Atlas. Es un itinerario de impresionante belleza que cruza tres puertos de montaña y nos permite acercarnos a algunos pueblos del Atlas donde la vida transcurre como antaño.
Carretera RN23 por el Alto Atlas de Skoura a Demnat y Marrakech
Desde Skoura, donde nos hemos alojado, cogemos la carretera nacional N-10 hacia Ourzazate que transita a lo largo del palmeral. La carretera N-10 es recta y buena. El arcén es el espacio usado por ciclistas, burros y peatones, entre los que predominan las mujeres que llevan a los peques al cole. Pensábamos que el animal de Marruecos era el camello, pero no, es el burro.
Parece increíble, pero es real. Hemos visto que el desierto está más seco que nunca, obligando a la gente a emigrar porque ya no crecen los cultivos, y resulta que ahí en medio, al lado de un embalse han montado una urbanización de lujo con campo de golf. Consiste en varias construcciones que imitan la arquitectura tradicional de kasbahs, inmersas en verde vegetación que contrasta con la aridez del medio. El río Dades confluye en el embalse, al que también tributan otros ríos.
Tras 15 Km, y antes de llegar a Ouarzazate cogemos la desviación a Demnat por la R307, carretera asfaltada sin pintar, que se dirige de frente hacia la cordillera del Alto Atlas.
La carretera R307 nos va a ir descubriendo pueblos y paisajes fantásticos mientras cruzamos las montañas. Así tenemos la oportunidad de conocer pueblos apartados de los circuitos turísticos en los que la gente nos mira con curiosidad al vernos llegar.
Descubrimos auténticos oasis en medio del desierto. Aquí nadie te avasalla pidiéndote algo, simplemente nos observan desde la distancia. Las torres de las viejas kasbahs de barro en ruinas se yerguen sobre las casas de barro más viejas y humildes. Las montañas del Atlas enmarcan la estampa del pueblo y el palmeral.
Pueblo de barro entre palmeras con las montañas del Atlas al fondo
Morabito
Volvemos a la carretera y nos vamos acercando a las montañas. Las llevamos de frente y nos deleita su colorido en tonos cálidos: ocres, anaranjados, rojizos.
Paisajes en la carretera R307 de Skoura a Demnat
Tras cruzar el cauce seco de un río se acaba la meseta y empiezan las pronunciadas curvas por estrecha carretera que nos adentra en el corazón de las montañas. La conducción es lenta y solitaria. Los paisajes, impresionantes, coloridos y despoblados. Y los precipicios, vertiginosos.
Las torretas eléctricas que vemos llevan a algún sitio, y es que en el fondo del valle, muy abajo, se esconde un pueblo en sus oasis. Distinguimos el poblado antiguo de casas de barro apiñadas, mientras que las nuevas se construyen más separadas.
Bajamos ligeramente para atravesar una pequeña garganta en la que crecen arbolillos, hay algunos huertos e incluso colmenas. Los baches son una constante en la estrecha y zigzagueante carretera. Menos mal que no nos cruzamos con nadie. En cualquier caso, hay espacios para apartarse de vez en cuando.
Vamos divisando una montaña que me alucina, con la cima ocre, una franja gris oscuro con formas que tienen aspecto de dedos, y pirámides rojas en su falda. Y lo más alucinante es que al girar descubrimos un pueblo en su base. Las formas creadas por la erosión son también asombrosas.
Después del puerto de montaña a 2020 msnm (el primero de los tres que cruzaremos en este trayecto), pasamos a un tramo de carretera ya arreglada. Es más ancha, las curvas más suaves y se acabaron los baches. Hemos pasado a la vertiente norte y el cambio se nota. La vegetación es más abundante, el desfiladero más estrecho, sobre el que cuelgan casas y terrazas de cultivo. La carretera todavía tiene tramos sin renovar en el desfiladero. Y esto será la tónica general de esta carretera, alternancia de tramos ya renovados con otros de tierra y baches.
Tufrin es uno de los pueblos del Alto Atlas en los que las casas se escalonan colgando de la ladera. Las gargantas son sorprendentes pues alojan pequeños y remotos pueblos que siguen viviendo al modo ancestral apartados del mundo. Construyen sus casas con las rocas del terreno. Como el color de la roca va cambiando, también cambia el color de los pueblos, unos son grises, otros ocres, rojos.
Tufrin
Pueblos del Alto Atlas
Pasan mujeres cargadas con grandes fajos de hierba o leña. Las familias más afortunadas tienen burros para carga. Las furgonetas de escolares van cargadas hasta los topes, algunos muchachos viajan sobre el techo. Niños pequeñísimos vuelven solos de la escuela caminando. Cada vez que paramos se nos acercan niños a hablar, algunos quieren tocarnos o tocar el coche, sólo curiosear. Todos, niños y mayores levantan la mano para saludar cuando nos ven.
Nos encontramos pueblos auténticamente preciosos y tradicionales de casas de piedra roja que se escalonan en la ladera vertical de la garganta. Las casas bajan hasta el río y suben a la montaña. Pasear por estos pueblos es respirar aires del pasado, de un modo de vida de autosuficiencia y aislamiento. Varios niños nos guían por las polvorientas y empinadas veredas. Las mujeres advierten que no quieren ser retratadas.
Las estampas nos trasladan a los poblados de las montañas del Himalaya, sólo que hasta aquí llega el tendido eléctrico y la carretera. Algunas casas combinan piedra y barro. Los tejados son vegetales, de madera y ramas.
Las carreteras son un espectáculo de gente.
La peor parte de carretera durará hasta la subida al tercer puerto. Está en obras, aunque no estaban trabajando y no pillamos ninguna retención. Algunos tramos son de carretera vieja deshecha, muy estrecha y al borde de precipicios. Otros son de tierra, y muy pocos de carretera nueva más ancha. Aunque se podría pasar despacio con un coche bajo, es mejor llevar uno alto para ir más cómodos.
Avanzamos varios kilómetros por el valle en el que crece vegetación y alberga pueblos, donde, aunque en el corazón de la montaña, las condiciones son más favorables para la vida.
El entorno cambia cuando subimos hacia el segundo puerto de montaña. El paisaje es más duro, la vegetación desaparece y sólo vemos algunas cabañas de pastores. La roca desnuda protagoniza el paisaje. En altitud baja la temperatura y después iniciamos un descenso por montañas y valles de gran colorido en los que se esconden pequeños pueblos.
Avanzamos embelesados y ahora subimos al tercer puerto por la carreterilla de marras, de miles de curvas y de baches. No me importa nada la incomodidad, estos paisajes del Atlas son para recrearse y disfrutarlos despacio.
En el tercer puerto de montaña se acaban las obras y la bajada ya la hacemos por carretera arreglada. Vamos dejando atrás las montañas y los paisajes se amplían y suavizan. Vemos a lo lejos terrenos plantados de árboles, en tierra roja y naranja. La temperatura sube cuando nos aproximamos de Demnat y ya estamos de nuevo a 25 ºC a mediados de noviembre.
Paramos 6 Km antes de Demnat para visitar el puente natural de N’Ifri. El circuito circular está señalizado con marcas rojas. Bajamos por unas escaleras al río. Después cruzamos el arco de roca roja y subimos por el otro lado, saltando sobre las marmitas de gigante, roca blanca pulida que forma pozas y cascaditas. Es un sitio diferente, y una atractiva parada en este trayecto. Al borde de la carretera hay un par de bares que sirven comidas.
Puente natural de N’Ifri en Demnat
Pasamos por Demnat por la tarde, bullicioso de gente y de mercadillos. Quedan 100 Km hasta Marrakech por una carretera recta y sin tráfico, que únicamente pasa por alguna pequeña población, por lo que se circula rápido.
A las afueras de Demnat se cultivan olivos. Después desaparecen los árboles, dejando el espacio desolado a los rebaños de ovejas.
El terreno cultivado aumenta al acercarnos a Marrakech: olivos, hortalizas……. También hay más tráfico. Los muchachos ya no van a pie hasta casa, prefieren hacer autoestop y esperar sentados a que los lleven. Vamos notando que nos acercamos a la ciudad cuando se intensifica el tráfico, muchas motos, los puestos de venta, tenderetes de comida que flanquean la carretera.
A las afueras de la ciudad, los jardines parecen ser el punto de encuentro, lugar de esparcimiento donde la gente sale a pasear y a descansar. Atravesamos las avenidas de Marrakech sin mucho estrés. Dicen que el tráfico es caótico, pero no me parece para tanto. El tráfico está regulado por semáforos, y se respeta. Las motos suelen seguir su hilera y en general se conduce bastante bien. No hay que agobiarse.
Devolvemos el coche a Hicham en la estación de tren y nos llevan en coche hasta cerca del riad, que está muy cerca de la plaza Jemaa El-Fna. Después, un paseíllo a pie con las maletas por el laberinto de callejuelas. Ya sólo nos queda un día en Marrakech antes de volver a casa, a nuestro mundo tan cercano y tan diferente.
Sólo puedo decir que me ha entusiasmado Marruecos.