Estamos en la Costa da Morte, haciendo nuestro Camiño dos Faros alternativo. En esta ocasión, recorreremos parte de la costa de Laxe y de Camariñas, desde la Playa de Traba hasta el Cementerio de los Ingleses, uno de los tramos más espectaculares de esta conmovedora costa.
Localización
Iniciamos esta ruta en la aldea de Mórdomo, municipio de Laxe, en la Costa da Morte.
Playa de Traba
Nuestro primer objetivo será alcanzar la cercana Laguna de Traba, para, a continuación, dirigirnos a la playa de Traba por senderos.
La laguna costera es refugio de aves y dispone de observatorios ornitológicos. Un extenso cordón dunar la separa de la playa de Traba y la resguarda del oleaje.
Estamos en septiembre y apenas quedan algunas flores entre la vegetación dunar.
Caminar por la arena, aunque cansado para las piernas, es un buen ejercicio para tonificar los músculos. Y así recorremos la playa de Traba, virgen y salvaje, de extrema belleza. Esta arena, decorada por miles de pisadas de gaviotas, recibe las embestidas del poderoso Océano Atlántico en la Costa da Morte.
Enfrente, ya divisamos el pueblo de Camelle. Cada ola resuena con estruendo cuando se rompe.
De Playa de Traba a Camelle
Tras recorrer la playa de Traba y llegar a su extremo, continuamos por un estrecho sendero costero. La panorámica que divisamos de la playa de Traba es sensacional.
Playa de Traba en Laxe
Inmediatamente, la costa se vuelve rocosa. Esta alternancia de playas y rocas tan característica de la Costa da Morte nos va a acompañar también en esta etapa.
De Laxe a Camelle
Formas rocosas que, en Punta Carveiro son especialmente protagonistas.
Durante el siguiente tramo, es tal la belleza paisajística que no sabes a dónde mirar. El entorno tan agreste me recuerda a Punta Nariga.
Las rocas atrapan la atención, haciéndonos imaginar las más insospechadas figuras. El golpeteo del mar arrebata espacio al silencio. Su intenso azul contrasta con el descolorido de las formaciones rocosas.
Entre pétreos parajes pasamos por pequeñas calas pedregosas, como el Coido da Señora o el Coido de Sabadelle. En lo alto del monte se erigen los penedos de Traba.
Camelle
A Camelle llegamos casi sin enterarnos. El recorrido no ha tenido ninguna dificultad, ni subidas, ni tojos. Probablemente han sido todas esas formas pétreas, modeladas por la erosión, que acompañan el paisaje de Camelle, las que en su día inspiraron a Man para componer sus esculturas.
Aquel alemán llegó un día a Camelle, y ya nunca se quiso marchar. Su rostro desencajado, su mirada de horror, al ver su rincón invadido por la marea negra durante la catástrofe del Prestige, dio la vuelta al mundo. La imagen más conmovedora de este desastre, más que las costas teñidas de negro, más que las aves y los peces muertos, y tanto o más que los miles de voluntarios que ayudaron a limpiar el chapapote, mano a mano. Las costas se han recuperado, pero Manfred no pudo resistirlo. Su extravagante creatividad perdura en sus estrafalarias esculturas convertidas en el Museo del Alemán.
En la casa de Man nos entretenemos recordándolo. Su casa eran más bien las rocas de la costa y la brisa marina. Su única vestimenta, un taparrabos, incluso en pleno invierno. Tan sólo una chabolita lo cobijaba de los temporales y de las miradas de quienes en su día visitábamos Camelle, huyendo del contacto social. Tan extravagante personaje ya formará parte de la historia de esta villa marinera para siempre.
Arou
Nuestra ruta continúa, abandonando Camelle y dirigiéndonos a Arou entre fincas costeras delimitadas por muros. Arena y roca se vuelven a intercalar en el paraje que acoge el pequeño pueblo marinero de Arou. Seguimos respirando esencia de la Costa da Morte.
Mesas y banquitos frente al mar son nuestro restaurante improvisado para degustar la empanada de zamburiñas que compramos en Coristanco.
De Arou a Mirador Lobeira
Saliendo de Arou, las calas de arena se incrustan entre la costa pedregosa. El oleaje no bate tan fuerte al resguardo de esta ensenada. Resulta inevitable echar la vista atrás, una y otra vez, para contemplar la ubicación de Arou, entre los montes y el mar.
Superado el ecuador de nuestra ruta, es hora de poner la imaginación otra vez en marcha. Atravesamos los penedos de Lobeiras, que se configuran en las más variadas formas que uno pueda idear.
Mirador Lobeira
En el punto más alto, un mirador nos obsequia con vistas panorámicas, el Mirador Lobeira. Desde el Roncudo, divisamos toda la costa de Ponteceso, Laxe y parte de Camariñas, hasta la playa de Lobeiras. Playa reguardada del oleaje, que hace de puerto para pequeñas barquitas. Los pescadores han construido unas cuantas casetas de pesca sobre la playa, adquiriendo ésta un aspecto un tanto pintoresco.
Playa de Lobeiras
De Playa Lobeiras a Monte Branco
Por un solitario entorno proseguimos. O tal vez, no lo notamos tan solitario cuando miramos a nuestro alrededor y vemos cantidad de gigantes de piedra observándonos, tanto en la costa como encima de los montes.
Sin duda, los nombres de estos lugares representan con acierto su morfología geológica: O Peroulo, O Cabalo, Os Boliños. Es precisamente en la bajada a la cala de Os Boliños donde encontramos el punto más complicado de esta ruta, y necesitamos agarrarnos con las manos para asegurarnos.
La soledad del paisaje pétreo nos acompaña hasta llegar a Porto de Santa Mariña. La verdad es que desprende un aspecto un tanto siniestro. No me quiero imaginar pasar de noche por aquí y escuchar crujidos saliendo de algún lúgubre chabolo.
Nos queda subir el Monte Branco, que vemos al frente. Al igual que el Monte Branco de Ponteceso, toma su nombre de la arena que lo compone. Es más bien una enorme duna revestida de matorrales y coronada por gigantes de piedra.
Vistas desde Monte Branco
Subir un monte por suelo de arena añade un extra de cansancio a los kilómetros acumulados, especialmente en un día tan caluroso. Sin embargo, la recompensa está asegurada cuando alcanzamos su alto, sintiendo el viento.
Hacia el este, divisamos toda la costa hasta la Punta del Roncudo.
Al oeste, nos descubren nuevas vistas hacia la costa de Veo, en Camariñas. La imagen de sus playas salvajes y solitarias atrae nuestra mirada como un imán. Esta imagen es realmente espectacular, aunque por la tarde es un momento horrible para hacer fotos con el sol de frente.
Vistas desde Monte Branco: Costa de Camariñas
Nuestros compañeros petrificados parecen haber caminado con nosotros. Estas figuras están por todas partes.
De Monte Branco al Cementerio de los Ingleses
Es tal el goce paisajístico que nos tomamos la bajada del Monte Branco con mucha calma, parando a cada instante para tratar de absorberlo profundamente.
Aquellas calitas de la Costa de Veo que veíamos desde lo alto son las que ahora recorremos. Territorio sin domesticar, absolutamente salvaje, de dunas, vegetación, rocas, playa y mar.
Después de la Playa de Trece, sólo hace falta caminar un poco más para llegar al Cementerio de los Ingleses. Emplazado en la Punta do Boi, el Cementerio de los Ingleses encierra uno de los episodios más trágicos de la Costa da Morte. Pero, eso ya pertenece a otra etapa.
Aquí pensábamos terminar la ruta, pero continuamos caminando un poco más, por la pista costera en dirección a Cabo Vilano, mientras esperamos que llegue el taxi que llamamos para que nos devuelva a Mórdomo a recoger el coche.
Vista de Cabo Vilano
Han sido 21 Km de caminata, sin un solo metro de desperdicio. En mi opinión, uno de los tramos más bonitos del Camiño dos Faros da Costa da Morte.
Track de la ruta
Descargable para GPS: https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=14749362