Poco quedaba ya de viaje por Sudáfrica. Cuatro horas de coche desde Sabie hasta el aeropuerto de Johanesburgo. Valles dedicados a extensos cultivos, tierras colonizadas por los Boers, en la provincia de Mapulanga………….Paisajes más bien insípidos, tras los cuales llegaban los de la provincia de Gantey, los más feos que uno pueda imaginar.
Despedida de Sudáfrica. Rumbo al aeropuerto de Johanesburgo
Horas de conducción, durante las cuales, desfilaban por la cabeza multitud de recuerdos vividos: aquellas verdes montañas del dragón, aquellos valles inabarcables con la mirada, aquellas playas infinitas, aquellos animales que se aferran a sus espacios salvajes.
No olvidábamos las quejas que nos habían transmitido sus gentes. Nosotros también habíamos presenciado enormes diferencias sociales. Quienes pagan sus impuestos nos decían que no entienden que en su país siga existiendo población sin acceso a agua corriente, niños sin escolarizar, muertes por enfermedades curables debido a falta de asistencia médica………..Tampoco entienden que el presidente de su país viva en una gran mansión manteniendo a varias mujeres.
Y cuando pensábamos que ya nos habíamos despedido de los grandes mamíferos salvajes, en una parada para estirar las piernas y tomar algo en un centro comercial al borde de la carretera, ahí estaban otra vez. Cebras, búfalos, rinocerontes, elands, y unas cuantas aves, se aburrían como ostras en un recinto vallado. Pensándolo bien, vallado también está Kruger, como una jaula gigante. Sólo que sus dimensiones y la forma de vida de los animales son radicalmente diferentes.
Estábamos en Alzu Petroport, en la N4, a 175 Km del aeropuerto. En un recinto a modo de museo, unos paneles nos explicaban algo de la historia y las costumbres de las bestias salvajes, en especial de los rinocerontes.
Un calor que supongo que no era normal. Pueblos acomodados de “casa normales” con “jardines normales” que poco tenían que ver con aquellos míseros poblados zulúes, en los que los niños caminaban kilómetros cada día para ir a la escuela, y se congregaban para saludarnos, o para dedicarnos improvisados bailes al borde de la carretera.
Los humanos hemos huido de los espacios indómitos hacia una vida más cómoda. A lo largo de los siglos no hemos sabido convivir con los animales salvajes. La vuelta atrás ya es imposible. El homo sapiens es cada vez más sapiens y menos homo.
Escala en París
Paseando por París, en una larga escala, nos reencontramos con esa ciudad de edificios artísticos que recuerdan un pasado de cabezas guillotinadas por disparatados despilfarros. Un escenario de permanente actividad cultural, de iconos del turismo, de terrazas que invitan a sentarse para ver la vida pasar, …………. El colmo de la vida urbana………….
De aquellos amplios horizontes africanos que estremecían la vista, a un horizonte limitado a los edificios de enfrente. Y, sin embargo, no es la transformación del horizonte visual lo primero que nos impacta en la vuelta al viejo mundo. Es el ruido……….ese ruido incesante del ajetreo de París. Claro que, si te pones unos auriculares y escuchas La Boheme, todo se ve de otro modo.
La Ile de France, Las Tullerías, Concordia, Campos Elíseos, Saint Germain……..Y el turbio y espeso Sena, testigo mudo de su historia……………………¡Qué distinta evolución del homo sapiens!
Pasos de cebra por los que cruzaban apurados peatones. Y nosotros, añorando los gráciles movimientos de los equinos con jersey a rayas.
Contemplando los escaparates que exhibían todo tipo de instrumentos musicales, venían a mi mente aquellos pastores basotho que se habían construido su propia guitarra de reciclaje.
Quizá, la historia de Francia habría sido diferente si el último Napoleón no hubiese caído muerto por los guerreros zulúes. Él quiso embarcarse del lado británico en la guerra contra los zulúes. Su cruenta muerte en Sudáfrica zanjó para siempre el sueño del imperio napoleónico.
Hasta la próxima.