Desayuno abundante, nos siguen cebando. Y nos despedimos de Thimphu porque nos vamos a Punakha, donde conoceremos el monasterio de Chimi Lakhang, el Dzong de Punakha, y sus dulces paisajes de campos de arroz.
30 km/h era la velocidad a la que circulábamos por miles y miles de curvas en las estrechísimas carreteras que serpentean montañas sin cesar…………Ni un puente, ni un túnel.
Dochu-La
En una hora alcanzábamos el paso de montaña de Dochu-La. 108 estupas con vistas a los Himalayas se merecían una parada prolongada, mientras las cumbres y las nubes mantenían un mutuo juego de insinuaciones.
Al otro lado de las montañas, está China………….¡el enemigo!. Las vistas de las montañas eran tan lejanas que nos dejaban con la miel en los labios. Casi resultaba ridículo quedarse mirando hacia la lontananza esperando que aquellos picos nevados emergiesen sobre las nubes.
Vistas al Himalaya desde Dochu-La
Dochu-La es una parada obligada en los circuitos por Bután. Así que, todos los coches y minibuses de excursiones se detienen aquí. Un monasterio construido en 2003, copia del Dzong de Punakha, junto con las 108 estupas, rememoran una historia de guerreros. Leyenda que mezcla mitología e historia, y que nuestro guía narraba como si hubiese ocurrido de verdad. Su nombre nos suena extraño, Druk Wangyal Lhakhang.
Estupas de Dochu-La
El conjunto rinde homenaje tanto al cuarto rey de Bután y a la mayor de sus esposas. El cuarto rey es el más querido por el pueblo, padre del actual treintañero reinante. La poligamia no es extraña en Bután, especialmente en ambientes rurales. Y se ve que el cuarto rey quiso seguir la tradición, casándose con 4 hermanas.
Monasterio de Dochu-La
Antes de retomar la carretera, nos calentábamos con un té en la cafetería de Dochu-La, que posee enormes ventanales con vistas a las montañas del Himalaya, mientras las nubes seguían sin decidir si irse o quedarse.
Carretera de Dochu-La a Punakha
Nos asustaban los rudimentarios medios, casi nada más que pico y pala, con los que están ensanchando esta precaria y estrecha “carretera”. Ahora hay que hacer malabarismos cuando viene un vehículo en sentido contrario. Aunque los butaneses no parecen indignados por las infrahumanas condiciones de trabajo. Total, quienes trabajan ahí son indios, y no parece que se les considere personas de similar calidad y merecedoras de los mismos derechos humanos.
Todavía no nos molestaban los millones de agujeros de la endemoniada carretera por la que descendíamos hacia Punakha, ni las infinitas curvas. Curvas que son las mismas que el querido rey tiene que sufrir cuando viaja por el país para visitar los lugares más recónditos. Al parecer, el rey es amante de conocer la realidad de sus gentes de primera mano. Ni helicóptero ni avión forman parte de sus propiedades.
Carretera de Dochu-La a Punakha
Atrás quedaban los homogéneos bosques de coníferas en el paisaje de subida de Thimphu a Dochula.
Descendíamos ente un bosque de enorme biodiversidad. Tantísimas especies de árboles que es imposible identificarlos. Yo pedía paradas de vez en cuando para admirar todo aquello, aunque no tantas como me hubiese gustado. Tan abruptas son las montañas que no veíamos ningún valle, sólo barrancos. Tantas especies de flora hay en Bután que ni siquiera están catalogadas. Tal es la diversidad animal que si siquiera ellos mismos conocen todas las especies que pululan por sus territorios. Osos, leopardos, e incluso tigres se han ido adaptando a las alturas, generación tras generación.
Pasábamos por pequeñas aldeas, donde, la vida rural permanecía ajena al dinamismo de la capital.
El cambio de vegetación nos indicaba que perdíamos altura. Plataneras, papayos, perales, poinsetias, mostraban la exuberancia que envolvía a las aisladas granjas. En los tejados brillaban los chiles colocados a secar.
Los carnavalescos camiones, made in India (como no), transportaban toda clase de mercancías a los remotos pueblos del interior. Culebrean por aquellas pendientes y curvas, rebosando colorido.
Valle de Punakha. Visitar el Monasterio de Chimi Lakhang
Llegábamos al cálido valle de Punakha pasadas las 12 de la mañana, hora del almuerzo en Bután. Allí nos deleitaban con sabrosa comida butanesa en un restaurante situado en un bonito lugar al lado de un río. Verduras cocidas, verduras rebozadas, rollitos de verduras, patatas al curry, pollo, arroz………… Las comidas butanesas siempre constan de numerosos platos.
Resultaba delicioso caminar hacia Chimi Lakhang sintiendo la dulzura del cálido sol y las caricias del aire sobre la cara. Los campos dorados de arroz parecían captar y reflejar toda la energía del sol. Las técnicas artesanales eran las únicas que aplicaban los granjeros, mimando sus campos de arroz.
Campos de arroz en el Valle de Punakha
En el Chimi Lakhang, monasterio del siglo XV, se respiraba paz. En un entorno color miel, regado por un río azulísimo que discurre por el fondo del valle, y enmarcado entre montañas.
Monasterio Chimi Lakhang
La brisa movía los banderines de oración y las hojas de los árboles, cuyos susurros se combinaban con la música que los niños interpretaban. Los más pequeños se afanaban con sus trompetitas y los mayores se esmeraban con los trompetones.
Monjes en Chimi Lakhang
En el interior del monasterio, como ya nos hemos acostumbrado, las pinturas de las paredes representan diferentes escenas. La leyenda no podía faltar. El monasterio fue creado tras la victoria contra el mal en forma de perro que llegó desde las montañas de Dochula.
Dedicado a la fertilidad, los símbolos fálicos están en todas partes. Creo que habría resultado divertido ver la expresión de mi cara cuando me “bendijeron” tocando mi cabeza varias veces con un enorme y rígido pene de madera. Seguro que reflejaba perplejidad absoluta.
Regresando entre los arrozales, las imágenes más entrañables que nos quedaban grabadas en el corazón eran las de los niños que volvían de las escuelas. Los más pequeños se acercaban a tocarnos. Los monjes paseaban entre los campos de arroz regresando al monasterio. Las mujeres faenaban en los cultivos, y los ancianos reposaban apaciblemente. Un cuadro que desprendía armonía.
Valle de Punakha
Valle de Punakha. Visitar el Dzong de Punakha
Durante los veinte minutos que dura el trayecto en coche hasta el Dzong de Punakha, el paisaje es precioso. Un trayecto a orillas del río rodeado de montañas y con bancales de arroz en el valle.
Me encanta el sitio en el que se emplaza el Dzong de Punakha, en la confluencia de 2 ríos, el Pho Chu y el Mho Chu, ríos padre y madre.
Dzong de Punakha
El dzong de Punakha (o fortaleza), al igual que los demás, se reparte entre el poder dual del gobierno y los monjes.
Seguíamos atentamente las explicaciones de Sonam, deteniéndonos en los frescos de las paredes. Y aprendiendo mucho sobre el budismo y sobre Bután.
El amor a la naturaleza, el ciclo de la vida, la función de los animales, la vida de Buda, desde el embarazo de su madre con un elefante, su nacimiento, meditación y conocimientos………….. Todo está representado en pinturas, que nos cuentan historias y enseñanzas.
Realmente impactante me resultó entrar en la estancia principal del Dzong de Punakha. Varias personas meditaban concentradas ante esta fastuosa decoración de estatuas y pinturas que forran por completo las columnas, los techos, y las paredes de la sala. Todos los colores imaginables están aquí presentes. La atmósfera desprende recogimiento y casi te descoloca, pero no la sentimos intimidante, a pesar de las miradas de tantos budas y de tantos dioses de ojos rasgados. (No permiten hacer fotos en el interior de ningún monasterio)
De hecho, el dzong de Punakha es el más importante del país. A este monasterio se traslada la cúpula religiosa de Bután en invierno, cuando el clima de este valle, a 1300 m de altitud, es más benigno que el de los 2400 m de Thimphu. Punakha fue la capital del país hasta mediados del siglo XX.
Disfrutábamos de los últimos momentos de claridad dando un paseo a orillas de este río que tanto me ha gustado. Lo cruzamos por un puente colgante en el que ondeaban las banderitas, siguiendo a los niños que regresaban de la escuela con sus uniformes butaneses.
Alrededores del Dzong de Punakha
Las cervezas a orillas del río servían para brindar por el día vivido. Mientras anochecía, esperábamos a que Pema acudiese a recogernos.
Hotel en Punakha
En medio de la oscuridad, el coche avanzaba por aquellas curvas de pánico, ascendiendo entre el bosque, hasta que llegamos a un lugar maravilloso…………Y allí estaba nuestro hotel.
Yo me quería quedar más tiempo, un hotel rodeado por jardines, y unas vistas increíbles………… el paraíso………. Quizás era un regalo de Buda tras tantas visitas a monasterios y tantas ofrendas. Y además, Pema, aprovechando nuestro paseo por el río, ya había dejado nuestro equipaje en la habitación. Nos lo ponían fácil.
¡Qué bien se estaba bajo la pérgola del jardín después de cenar!. La luna casi llena iluminaba el cielo y nos permitía contemplar las siluetas que delineaban las montañas.
Nuestro hotel en Punakha: Meri Puensum Resort